Estamos mal pero vamos bien
Hace un tiempo en una cata, escuché a alguien decir que nunca se había podido acostumbrar a la expresión del pinot noir argentino porque su standard era el de Francia. Mi reacción instintiva inicial fue convertirme mentalmente en esto:
Para luego autollamarme a la reflexión. ¿Es la expresión argentina (o del nuevo mundo vitivinícola en general) la prima pobre de la borgoñona? Los pinot noir franceses, por supuesto, están apuntalados por una cantidad de décadas considerablemente superior a la de nuestra joven vitivinicultura. Pero en cuanto provengan de voces del terruño cuidadosamente acompañadas y protegidas, ¿por qué no deberían ser ambas igualmente auténticas y respetables como tales?
Además, ¿tiene sentido plantear el asunto en términos de escala y, por ende, de competencia? Dentro de la misma Europa, por ejemplo, vinos como los de algunas zonas de Portugal o los de Sicilia, en Italia, están encontrando un lugar importante en bares y mesas gracias a su unión perfecta entre calidad, perfil original y precio amigo. Y en el amplio marco global, el pinot noir argentino tal vez bien podría apuntar al mismo lugar.
Por supuesto que ni a palos tengo el conocimiento de comercio exterior para argumentar a favor de lo que digo (si lo tuviera probablemente no estaría escribiendo este newsletter mientras como Cañoncitos de Membrillo Kokis). Pero el que tira mejores postas que yo es Roy Urvieta, enólogo de Domaine Nico, proyecto dedicado pura y exclusivamente al pinot noir de parcela.
Hace un par de semanas, Roy y sus vinos formaron parte de la International Pinot Noir Celebration de Oregon junto a bodegas de todo el mundo: obviamente de Borgoña pero también Nueva Zelanda, Australia y sólo dos más de Sudamérica (chilenas) aparte de Domaine Nico. Lo cual ya es bastante indicativo.
“En términos de calidad estamos muy bien ubicados y nos fue muy bien”, explica Roy. “Nos llevamos dos mensajes. El primero es que llamó mucho la atención la altura. En otros países tener viñedos a 1500 metros sobre el nivel del mar no es algo normal. Y el otro es que también les interesó que nuestros vinos vinieran de parcelas de suelo heterogéneas de Gualtallary. Pero siempre había que explicar dónde quedaban Argentina, Mendoza y el Valle de Uco. Todavía como país nos falta un montón, y más en pinot noir porque generalmente nos asocian con malbec”.
A esto contribuye, de paso, que no hay tantas bodegas argentinas encarando al pinot noir. Si bien en los últimos 20 años la superficie plantada con esta cepa aumentó considerablemente, en 2021 alcanzó apenas las 1996 hectáreas. Es una variedad notoriamente jodida, con piel fina, susceptible a las plagas, delicada, muy difícil de maniobrar en viñedo y cosecha. Y en bodega no es mucho más tranqui.
“Hay que tratar de mantener una planta equilibrada con una buena canopia y una fruta no tan expuesta. Elegir un punto óptimo de cosecha es también muy importante: la sobremadurez no le sienta bien, pero cosechar antes quita perfil aromático y desfasa la acidez”, me supo contar alguna vez Juan Pablo Murgia, enólogo de Otronia. En fermentación, mientras tanto, a veces le pinta “comerse” toda el azúcar en tiempo record o genera fácilmente aromas reductivos (básicamente, un olor nada copado a fósforo apagado o huevo podrido que surge ante la ausencia de oxígeno) que pueden aparecer e irse al toque en cuestión de horas. Esto obliga a una vigilancia apretada durante toda la elaboración, pero el gustito a logro cuando la cosa sale bien es probablemente la parte más atractiva de la cuestión. Porque, como bien declama el Evangelio según Lemmy, a veces the chase is better than the catch.